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sábado, 30 de junio de 2012

Progresión infantil


Por Roberto García
De manual infantil es la progresión: vaciar de gremios a la CGT de Hugo Moyano, a través del convencional método de la zanahoria y el palo, y desplegar desde este lunes un volumen de argumentos jurídicos para suspender la elección interna de la central obrera –a pesar de que fue aprobada por los 35 sindicatos integrantes– y bloquear la posible reelección del jefe camionero.

Así procederá Carlos Tomada, nueve años imputado como el mejor servidor de Moyano, ministro que debería presentar un habeas corpus por su segunda, Noemí Rial, quien se esfumó desde que se pronunció a favor de modificar el mínimo no imponible, la causa por la cual en la superficie Moyano fue al paro y concentración en la Plaza de Mayo. Otro detalle: dicen que a la funcionaria, la propia Presidenta la dio vuelta como un bolsillo por haberse atrevido a esa declaración.

Desde el Gobierno se asegura “estamos ganando” como consecuencia de la manifestación opositora, considerada frágil y poco sustentable, al tiempo que fabrica prebendas para los que dan el salto y enarbola intimidaciones, como advertir que la esposa de Moyano, titular de infinidad de empresas vinculadas a Camioneros, va a tener problemas en la Justicia, como Zanola y Pedraza. O sonoros aprietes como el de Guillermo Moreno a los sindicatos de la Carne y a los Textiles, gremios “casildistas” que se borraron de la asistencia que habían comprometido. Más sorprendidos estuvieron los “Gordos” luego de pasar por el despacho de Carlos Zannini, quienes partieron con la letra O dibujada en la boca como si se las hubiera pintado Giotto y como si, en sus vidas anteriores, los policías o militares no les hubieran planteado que “alguien más malo que yo está en la oficina de al lado”. Parece especialidad de la casa presionar a estos ancianos. Si hasta escucharon estupefactos la palabra “aniquilación” –tan propia del peronismo desde los tiempos de Isabel y Luder– vinculada a la suerte probable de Moyano. Su asombro, el ohhhh, se volvió disgusto cuando alguien les advirtió que Cristina se había encargado de recibir a un cuarteto de favoritos, al menos más favoritos que ellos, con promesas de mejores posicionamientos. Lo que se dice, dirigentes de primera y segunda clase.

Con estos datos, casi con seguridad y como estaba previsto, habrá entonces dos CGT (tal vez una tercera, porque nadie sabe dónde ubicar a la de Luis Barrionuevo), dirigida una o las dos por triunviratos. Esa cismática movida oficial encumbrará temporariamente al adjunto de la CGT, Juan Belén (Metalúrgicos), a quien frisando los ochenta años le llega un destino que no imaginaba y quizás no le complazca: ser árbitro o comparsa de la fragmentación. El presidirá el apartamiento de Moyano, efímero gesto que tampoco cae bien en su gremio, ya que Antonio Caló parece que perdió la categoría en el Fútbol para Todos del sindicalismo oficialista.

Belén aparece como una contingencia, fruto de los fingidos trámites jurídicos de la cartera laboral, ya que los verdaderos protagonistas del reparto sucesorio son herederos distintos. Si unos son “gordos” y otros “negros”, obvio que el núcleo elegido será el de los “amarillos”, cuya principal espada, Andrés Rodríguez (de UPCN, más conocido como “el centauro”), se convirtió en un elegido de Cristina para las pláticas, sea por sus inclinaciones por la equitación o, acaso, por su versación sobre la plástica, ya que CFK se apasiona por los anticuarios y los coleccionistas de arte, con un nítido perfil diferenciado de Moyano. Desplazó ese ascenso a Gerardo Martínez, de la Construcción, disminuido por algún conchabo non sancto del pasado en épocas castrenses y reminiscencias de los 90, cuando –igual que Ella y El– se subyugaba con las enseñanzas económicas de Domingo Cavallo. Menos volátil y más consecuente es la permanencia de José Luis Lingeri en las aguas oficialistas, casi un sindicalista alemán por su vocación empresaria. Quien no encuadra en ese renglón social de clase media alta –por más esfuerzos que realiza, aun en Roma– es Omar Viviani, de los taxistas, un trasvasado del moyanismo que responde a Julio De Vido y con un carácter tan fuerte que, de acuerdo a ciertas mentas, obligó al camionero a incrementar su custodia. Como en los viejos tiempos.

Queda Moyano, claro, algo nervioso y parco, sometido al reflector incandescente del Gobierno. Y con dudas, como al momento de hablar en el acto, postergado su discurso más de media hora porque Cristina discurría en cadena sobre los chanchitos destetados (los mismos que aconsejó hace unos meses, sin confirmación, que brindan más poderío sexual que la pastilla azul). Casi una práctica universitaria de la izquierda lo de la Presidenta: extenuar con la palabra sobre cualquier tema, para dilatar el curso de la asamblea y postergar la aparición de su rival mediático. Unos le decían al gremialista que hablara igual, otros que esperara. Aceptó el último consejo y hasta el alentador mensaje de la dama de que esto no es un Boca-River, un cambio de ponencia que estimuló su propaganda de que “hago este acto por todos los argentinos”. No lo entendieron así los caceroleros que baten palmas en Callao y Alvear pero no deseaban humedecerse con los trabajadores. Tampoco las organizaciones gremiales progresistas que, a pesar de su conciencia revolucionaria, no acudieron a la plaza porque les faltaba una invitación en cartulina blanca y con letra cursiva. Eso sí: deseaban que Moyano arrastrara un millón de asistentes.

El gremialista igual conserva un séquito. Son pequeños gremios preocupados pero firmes y al Momo Venegas que, tal vez, ocupe un rol más expectante en esa fracción que se manifestó como la primera y más opositora al Gobierno desde que el kirchnerismo ocupó el poder. Con razón o no, Moyano cree haber arriesgado más que muchos: puso en juego su dinero y poder, al margen de cómo los obtuvo, eventualmente su libertad o la de sus familiares (si hasta soporta un conflicto entre sus hijos). En la trastienda se ven las operaciones del Gobierno, esas mismas que él mismo compartió y lideró. En lo público, no lo afectan las voces de los Amado Boudou, Aníbal Fernández. O las de Abal Medina y Florencio Randazzo, estos dos con sobreactuación incluida. Se entiende: uno aspira a que la Señora lo nombre heredero para la Presidencia –ya apuestan más que Daniel Scioli a esa posibilidad– y el otro para la gobernación bonaerense. Todo por la Argentina, claro.

© Perfil

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