Por Enrique Szewach |
Creo que lo mencioné más de una vez, porque la política
económica argentina engendra recurrentemente “mirmecoleones”, cuando fija
objetivos contradictorios y simultáneos y utiliza, por consiguiente
instrumentos equivocados.
Hoy estamos
nuevamente frente a esa situación.
A la economía argentina le llegó, otra vez, el momento de
pagar una fiesta populista.
Es cierto que la factura esta vez es menos costosa porque la
fiesta no se financió con endeudamiento, sino con los extraordinarios precios
de nuestros productos de exportación y por el efecto que ese mismo “mundo” tuvo
sobre nuestros vecinos, en especial Brasil. Pero no es menos cierto que, hacer
crecer desmedidamente el gasto público (mediante récord de presión tributaria,
expropiaciones varias y alta inflación) y el consumo privado con aumentos
salariales bien por encima de la productividad, y subsidios otorgados por
productores privados y por el sector público, ha creado una tensión tal en el
superávit comercial, que ahora ya no hay dólares suficientes para importar ese
exceso de consumo. Insuficiencia de dólares generada, en realidad, no sólo por
las mayores importaciones de energía (como sostiene el Gobierno, culpando exclusivamente
a Repsol y no a su política energética) sino, básicamente, por la intensa
dolarización de los ahorros de estos años, inducida por tasas negativas, alta
inflación y el clima expropiador, insultante y sin reglas, que predominó en la
política argentina, incluyendo no sólo al kirchner-cristinismo, sino a muchos
de sus socios políticos y hasta sus supuestamente opositores. Sin dólares, con
los precios relativos desbocados, sin margen para subir más impuestos, la
economía se tiene que ajustar.
Y allí es donde el cristinismo en el poder construye su
mirmecoléon.
La economía exige ajuste, y la política exige que siga la
fiesta. Y para conjugar ambas cosas se hace el peor de los ajustes, y los
intentos de seguir la fiesta agravan el problema.
Me explico. Para seguir la fiesta política, (la búsqueda del
cristinismo eterno), el Gobierno intenta pasarle el costo del ajuste al sector
público de las provincias y a los “capitalistas amigos y no tan amigos” que “se
la llevaron con pala”. Pero eso impide que se generen más dólares, dado que los
que se fueron por dolarización de portafolios no vuelven (pusieron el “corral”
cuando ya quedaban pocas vacas adentro), y el sector productor de dólares,
fuera del agro, se encuentra, a estos precios relativos y dado el mundo, con
fuertes pérdidas de competitividad.
Como el sector público no produce dólares –el intento por
lograr que los imprimiera Ciccone parece haber fracasado– sólo queda el control
de importaciones. Pero el control de importaciones, y el intento de pesificar
por las malas, pega directamente sobre el nivel de actividad, “ajustando” al
sector privado y reduciendo la recaudación de impuestos, dando lugar a otra
ronda de ajuste desordenado.
Para tratar de compensar ese ajuste desordenado (ese círculo
vicioso, como reconoció el “fallido” del viceministro de Economía, el otro
día), se anuncian aumentos de gasto, que termina siempre, al final del día, en
mayor demanda de dólares, (energía para producir, o ahorro de los “ganadores”,
con el mayor consumo).
El mirmecoléon a pleno. Ajustar y simultáneamente alentar el
consumo. Redistribuir ingresos en contra de los productores de dólares, y
simultáneamente, exigir que se generen más dólares.
Trabar las
operaciones inmobiliarias con la pesificación forzada, y simultáneamente,
alentar la construcción de algunas casas en terrenos fiscales sin
infraestructura y con empresas de servicios públicos quebradas.
En síntesis, el Gobierno se niega a un ajuste ordenado y por
las buenas, e intenta que el ajuste se concentre en los sectores que no lo
votaron, ni lo votarán. Pero esos sectores son los productores de los dólares
que faltan y los creadores de empleos genuinos. Sin dólares suficientes y sin querer
modificar precios relativos, el ajuste se hace igual pero desordenado y mucho
más costoso.
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