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viernes, 22 de junio de 2012

El gambito de Moyano que descolocó al gobierno


Por Ignacio Fidanza

Hugo Moyano demostró una vez más porqué mantiene una vigencia notable en la primera línea de la política argentina hace más de dos décadas. Concretó una de esas jugadas que electrizan el ambiente político, mezcló suspenso, tensión extrema y distensión, en un final ofrecido en el momento justo, que lo deja situado del lado ganador.

En el preciso momento que el gobierno amenazaba con sepultarlo bajo una pila de denuncias penales, leyes de abastecimiento y otras expresiones de impotencia política, Moyano cerraba con los empresarios de su sector el aumento que le venían negando: un 25,5% muy cerca de la inflación real y muy lejos del 18% que pretendía el gobierno. Con una delicia para la interna cegetista: consiguió un punto más que el obtenido por su rival, el metalúrgico Antonio Caló.

Moyano revalidó así los títulos de consumado negociador a la hora de defender sus afiliados, que no casualmente se encuentran entre los trabajadores mejor remunerados del país. “Ojalá tuvieramos un Moyano”, es un lamento habitual en la Mesa de Enlace o en la UIA. Ese prestigio de negociador que sabe cuándo golpear y cuándo acordar, que lo une con mitos del sindicalismo peronista como Augusto Vandor, es el que hoy acrecentó.

La jugada sin embargo fue mucho más amplia y excedió largamente lo salarial. Revalidados los títulos sindicales, Moyano fue por la pelea amplia, la discusión de quien paga el ajuste que está exigiendo la economía. Se ubicó así objetivamente al frente de la confrontación contra el gobierno, arrastrando atrás suyo a todos los sectores que tienen alguna cuenta pendiente con el gobierno y que es posible se sumen a la convocatoria a Plaza de Mayo del próximo miércoles.

El gambito es una jugada del ajedrez por el cual se entrega una pieza menor a cambio de recuperar la iniciativa. Generalmente el adversario cree que ganó y recién después de un rato se da cuenta que sufrió tremenda derrota. Moyano levantó el paro pero se adueñó de la agenda política que viene y se sabe que no hay nada peor para un presidente argentino que perder la iniciativa política. Es el único error que no tiene permitido.

LPO ya había anticipado cuando Cristina Kirchner decidió colocar a Moyano en el campo enemigo, que por su peso específico el día que el camionero se lanzara a la confrontación real, sería casi imposible para el resto de los actores políticos y sociales no quedar atrapados en su órbita gravitacional. La sociedad puede estar más o menos dispersa, pero entiende en segundos por dónde pasa la pelea de poder real: eso es lo que se vio como una fractura expuesta en las últimas 48 horas.

La reacción del gobierno no pudo ser más desafortunada. La combinación de un regreso anticipado de la Presidenta de una cumbre internacional y la sucesión desordenada de ministros lanzando querellas penales y multas para resolver un tema estrictamente laboral, no sólo le pega debajo de la línea de flotación a la cultura peronista, sino que habla de un ejército asustado.

Se extrañó la solvencia de los peronistas para tratar con “los compañeros”, esa marca registrada de gobernabilidad, esa capacidad de ponerle el cascabel al gato. Si se trata de interponer demandas, con abogados sobra. Si regular el conflicto social, si terciar en una puja distributiva acelerada por la alta inflación, es dar órdenes y esperar obediencia, la pregunta es en que lugar quedó la política.

Moyano pareció leer con rapidez el crecimiento geométrico de la gente por el caos que empezaba a extenderse en la sociedad y levantó la medida. Pero antes dejó muy en claro su poder: le bastó ordenar el paro de una sola de las ramas de su actividad para que se conmocionara el país. Fue una lección de real politik avasallante.

Embolsó el aumento que le negaban apenas 48 horas antes, se dio el lujo de sacar la intermediación del Ministerio de Trabajo que ahora fue reducido al rol de escribanía para refrendar lo que se negoció en otro lugar y convocó a un paro nacional para discutir la aplicación del impuesto de ganancias a los salarios, que endosó a la Casa Rosada.

Cristina tiene ahora pocas opciones agradables. O modifica el mínimo no imponible antes del miércoles y queda en consecuencia cediendo ante el camionero o se expone a una Plaza de Mayo muy numerosa, reclamándole algo que hasta el kirchnerista más convencido reconoce justo. Está claro que más temprano que tarde esa base imponible va a ser modificada: no tiene sentido que los aumentos trabajosamente conseguidos en paritarias se los lleve el Estado como impuesto.

Pero la Presidenta ya perdió la oportunidad de quitarle esa bandera a Moyano, con un anuncio unilateral de la modificación del tributo. Acaso atrapada por esa tendencia a no ceder nunca en ningún tema, terminó emboscada. Ahora, cuando la modificación llegue –aún en el caso que apele a la habitual diagonal de girar el tema al Congreso-, el triunfo político tendrá nombre y apellido.

Moyano en el mismo día consiguió un aumento para su gremio, exhibió todo su poder de fuego, desactivó el fastidio social y se quedó con una de las pocas banderas reales que unen a trabajadores de todos los colores y pelajes. Bastante para la tarde gris de un invierno que recién empieza a despuntar.


© LPO

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