Por Jorge Altamira |
Al final, el impuesto al salario, que incluye un IVA del
21%, está en línea con la política de la ‘troika’ europea -que la Presidenta argentina
fustiga en sus discursos, pero no puede evitar aplicarla en la práctica. Hace
solamente seis meses, el 75% de los que fueron a la Plaza habían votado a CFK;
el miércoles aplaudieron a quien la tildó de usurera hipotecaria en los tiempos
de la dictadura militar. El derrumbe del llamado ‘modelo’, que no es otra cosa
que la versión criolla de la crisis mundial, va adquiriendo sus contornos
políticos. El Frente de Izquierda marchó a la Plaza a disputar esos trabajadores a la
burocracia sindical y los políticos patronales que la sostienen.
Moyano no admitió a nadie en la tribuna que no fuera él,
pero no lo hizo por egolatría. Entiende mejor que ninguno que esta ruptura
política entraña la posibilidad del desarrollo de una tendencia de los
trabajadores hacia la izquierda. Por eso centró la parte final de su discurso
en una reivindicación del peronismo, para marcar desde el vamos los límites de
la ruptura. Es la misma persona que, en mayo del año 2000, había dicho que el
peronismo estaba acabado y el que hace un par de meses calificó al PJ de
cáscara vacía. Moyano sabe que un trío con Lavagna y con Scioli no significa
otra cosa que un choque con los trabajadores, porque estos levantan un programa
de ajuste al cuadrado. La burocracia sindical está luchando, todavía
preventivamente, por su supervivencia; Moyano les di! ce que su liderazgo es la
última valla contra la desaparición. Que lo diga, si no, Pignanelli, quien el
mismo miércoles tuvo que aguantarse una huelga en la industria automotriz:
exactamente lo contrario de la línea que expuso en forma pública, de aguantar
las suspensiones. Hemos ingresado en una nueva etapa.
Lucha de clases
Los acontecimientos recientes han servido también como una
escuela política excepcional a cielo abierto. En las llamadas circunstancias
normales, la lucha entre las clases se encuentra opacada por toda suerte de
manipulaciones ideológicas. La masificación del impuesto al salario, que
gravaba antes al 3% de los obreros y ahora llega al 20, ha expuesto con crudeza
que el ‘subconsciente’ de la política no es otro que la lucha por la
apropiación de la riqueza social. Casi todo el país se ha visto obligado a
discutir esta realidad como consecuencia del impuesto al salario. En la
sociedad capitalista, esa riqueza es generada por la clase obrera y apropiada
por la burguesía. El discurso sobre la ‘redistribución de los ingresos’
presenta esta realidad al revés: que la riqueza social la estaría creando el
capital y que se trata de redistribuirla a los trabajadores.
A esta presentación invertida de la realidad -donde la
expropiación del trabajo es convertida, por la acción asistencial o
intermediaria del Estado, en una distribución en beneficio de los trabajadores-
se reduce toda la argumentación del progresismo. La distorsión ha saltado ahora
por los aires: el Estado supuestamente benefactor ha salido a aplicar un
impuesto directo al salario. La justificación es que la recaudación irá a los
trabajadores que se encuentran en la miseria extrema, en una suerte de
redistribución entre explotados que deja intangible al capitalista. El destino
real del impuesto es seguir subsidiando a los Cariglino, Roggio, Techint y al
pago a los usureros internacionales.
Roberto Feletti, en La Nación (24/6), sostiene que el impuesto al
salario es progresivo, en tanto que el que se aplica a la renta estaría muy
lejos de eso. El motivo que esgrime Feletti es que afectar a la renta
financiera resultaría en una salida de dinero y en una des-pesificación de la
economía. Repite lo dicho por Bush y Berlusconi, entre otros. O sea que los K
han decidido que es mejor gravar el trabajo productivo y premiar la
especulación capitalista. El gobierno está confesando que se encuentra en una
crisis sin fondo.
Del mismo modo, ha quedado expuesto el carácter de clase del
Estado, incluso cuando se viste con una fraseología ‘izquierdista’. La
confiscación del salario, por la vía impositiva, se produce como consecuencia
de una coacción. El argumento de que el 80% de los asalariados no son alcanzados
por el impuesto deja expuesta la miseria de esa mayoría inmensa, cuyo 80% cobra
un salario promedio de tres mil pesos. Menear con el impuesto a los ingresos de
los trabajadores es siempre riesgoso: en Inglaterra, por ejemplo, el ‘poll tax’
(un impuesto fijo igual a todos los ciudadanos, con independencia de su clase
social) le costó la vida política a la señora Thatcher.
El ajetreo que está viviendo Argentina obedece a la presión
de la crisis capitalista. El impuesto al salario viene a llenar una parte de
los cofres del Estado, acosado por tres flagelos: el pago de la deuda usuraria,
la fuga de capitales y los subsidios a las empresas de energía y transporte.
‘Destituyentes’:
todos y nadie
Es esta crisis, precisamente, la que explica la ruptura
entre Moyano y CFK y no al revés -que esta ruptura sea la causa de la crisis.
Las 70 mil personas que colmaron la
Plaza el miércoles son el testimonio -como dijimos- de una
ruptura de los trabajadores con el improvisado régimen kirchnerista. Estamos
ante un principio de disgregación del régimen político actual; las bases del
bonapartismo tardío del kirchnerismo se desintegran a un ritmo que crece.
Cuando los K denuncian a sus oponentes como ‘destituyentes’, se equivocan como
nunca, porque ninguna fracción de la burguesía los quiere voltear, dado que
nadie quiere hacerse cargo de aplicar un tarifazo y una devaluación del peso.
Quieren que lo haga el gobierno actual. Buscan matar dos pájaros de un tiro:
evitar hacer el trabajo sucio de un ‘rodrigazo’ y lograr que, con el ajuste, el
gobierno complete su ciclo.
Fue lo que ocurrió en 1975. Con el impuesto al salario, con
la negociación con las petroleras norteamericanas, con el pago de la deuda
usuraria, los K labran su propia dimisión. Si el eje Moyano-Scioli-Lavagna aún
no existe -o no ha sido consumado- que se produzca es solamente cuestión de
tiempo y táctica. El programa de este eje lo presentó Lavagna en la página
central de Clarín: un ajuste en toda la línea, en especial una devaluación, que
junto con el tarifazo serviría para reequilibrar ‘los precios relativos’ (gas,
nafta, transporte). Los opositores critican la ampliación de la base del
impuesto al salario porque lo consideran una cirugía menor -una ‘sintonía fina’
donde se necesita un asalto de blindados.
La crisis fiscal, la tendencia incipiente a una rebelión
contra el ajuste, la crisis internacional, la inflación, todo esto -y algo más-
expresa que la burguesía no puede seguir gobernando como lo venía haciendo. Eso
mismo ocurre en todo el mundo: desde Mubarak o Al Assad hasta Grecia, España e
Italia, pasando por Sarkozy, México y Paraguay (sin excluir a Obama y al
inglesito Cameron). El derrumbe de los de arriba advierte a los de abajo que el
edificio social existente amenaza con caerse sobre sus cabezas.
La jornada del 27 fue el sustituto que encontró Moyano al
llamado a una huelga nacional; es un método para ‘acotar daños’. Sus laderos
explican que no podía ir más allá porque perdería aliados en la burocracia para
el próximo Congreso en la CGT.
La misma razón valdrá cuando tenga a esos aliados en una
nueva conducción, si lograra mayoría. En realidad, Moyano no quiere ni en
sueños una movilización obrera gigantesca; no tiene antecedentes de tal cosa en
su trayectoria. Que las condiciones para una huelga de verdadero alcance se van
creando es demostrado por la huelga en las plantas automotrices de Córdoba el
mismo día. La jornada del 27 no tiene prevista una continuidad. Sin embargo, ha
sido suficiente para darle un carácter oficial a la crisis política – entre otras
cosas, a la lucha por la sucesión presidencial (que, ! como se ve en Paraguay,
no excluye voltear al gobierno en el camino). Estos candidatos al recambio
-como Scioli (o De la Sota )-
no cuentan, sin embargo, con el apoyo de los trabajadores y operan como socios
del ajuste. Los que se movilizaron el 27 no andan buscando a un Scioli como
piloto de tormentas. La experiencia en curso, en Grecia, enseña que los virajes
de los trabajadores a la izquierda han pasado a integrar el escenario de la
crisis mundial.
Hacia una
reconfiguración política
La jornada del 27
ha producido divisiones en todas las tendencias
sindicales. Las rupturas políticas dentro de la burocracia son manifiestas,
incluso dentro del moyanismo, el que se jacta más que ninguno de operar como
una corriente -con origen en el MTA. Lo mismo ha ocurrido en la CTA y en la dirección del
sindicato del subte. O, por caso, en la
Fuba , donde La
Mella decidió ‘no quedar pegada a Moyano’, para pegarse más a
los confiscadores del salario y pagadores seriales de la deuda externa. Estas
quiebras son un síntoma de que se aproxima una crisis de poder, para la cual
ninguna de esas tendencias se ha preparado ni se preparará.
La clase obrera se enfrenta a una reconfiguración política.
La crisis ha ampliado el campo para la acción política de la izquierda
revolucionaria. La clase obrera necesita ver a la izquierda revolucionaria en
la pelea por el poder por medio de la propaganda, la agitación y la
organización. Lejos de la imputación de los K -de que la izquierda revolucionaria
le está haciendo el juego al moyanismo- los K, los Moyano y los elementos
centristas o intermedios (estos con su confusión), le están haciendo el juego
(si cabe expresarse de este modo) a la izquierda revolucionaria, porque con sus
movilizaciones para revalidar títulos y autoridad profundizan la brecha por la
que irrumpen nuevas camadas de obreros jóvenes. El cable que habilita el paso
de la energía no debe ser confundido con la energía que transporta.
Es fundamental que discutamos la caracterización de la
situación política que se está creando, así como las nuevas tareas sobre estas
bases.
© Prensa Obrera
No hay comentarios:
Publicar un comentario