domingo, 27 de mayo de 2012

Verde esperanza...


Por Gabriela Pousa
“Me equivocaré y me voy a seguir equivocando millones de veces”, Cristina Kirchner


Culminando Mayo, y entrando en la segunda mitad del año, podemos decir que el panorama no ha cambiado sustancialmente. Sin embargo, de la noche la mañana, pareciera que las piezas se hubiesen movido abruptamente, y creado una situación diferente a la que veníamos viviendo  en los últimos meses.

¿Qué pasó? ¿Por qué, de repente, se nota un estado de nerviosismo  no percibido hasta el presente?

La respuesta es simple: el dólar sube. El dólar “blue” o paralelo como se prefiera, es cierto; pero a esta altura de las circunstancias el color no es lo que define el alza. Ya hemos repetido hasta el cansancio, que el órgano más sensible de los argentinos es el bolsillo. A la sociedad en su conjunto,  puede sometérsela a hechos de violencia todos los días, destruirle las instituciones, jaquearle la democracia, dejarlos sin justicia..., pero tocarle el dólar pareciera que es como tocarle la fibra más íntima.

Desde luego que esto no es nuevo, hace muchos años que sucede lo mismo. Pasó en época de Perón, cuándo éste se preguntaba irónicamente, dónde había un billete verde, hasta en tiempos más recientes donde llegamos a tener un ministro que osó sentenciar: "el que apuesta al dólar pierde". Sin embargo, pese a toda anécdota, la gente sigue eligiendo la esperanza, aunque más no fuese en el color de un billete.

La presidente de la Nación dijo que era preciso “lograr la unidad y  establecer cuestiones sobre las que ya no discutamos más los argentinos”. Cualquiera podría haber creído que se refería al predominio de la divisa americana, porque si en algo la ciudadanía, no se ha dividido es en la elección o el favoritismo por ésta, antes que encontrarse de nuevo, acumulando papelitos en blanco y negro (llámense lecop, patacones, o incluso pesos)

Cualquier economista podría salir al cruce de lo escrito, y recordar que, en todo el mundo, el dólar sube, razón por la cual cayó el precio de la soja y se devaluó el real brasileño. Pero tal argumentación no es la que justifica o explica el por qué de la paranoia con el dólar en la Argentina.

Puede que, milagrosamente, opere una suerte de memoria histórica y colectiva, y ahí sí halle sustento la fiebre por el billete extranjero. No es tanta la gente que esta al tanto de los vaivenes del precio del "yuyo", o de la impronta de la economía en el viejo continente. Y si es mucha la gente que sufre el constante aumento de precios, y el alza de las cuentas con las que debe convivir a diario.

La justificación del “deseo desmedido”, hasta puede llegar a tener una exégesis  bíblica si se quiere. Demasiado probados han sido los efectos del sabor de lo prohibido, como para que lo desconozca una jefe de Estado. Cuánto más se lo niegue y persiga, mayor será el interés y el desafío  que despierte en el hombre, acorde a la naturaleza humana como ha quedado demostrado desde su principio.

Qué la Presidente se ufane en desconocer a Saavedra, Alberti, Azcuénaga, Castelli o Larrea creyendo que son calles que pertenecen al distrito de Mauricio Macri, vaya y pase; pero que no sepa o ningunee las consecuencias de la tentación de Adán y Eva es cosa muy distinta y quizás más grave. Posiblemente crea que la manzana en cuestión, era de producción Nac&Pop, y la atribuya en alguna oratoria próxima al éxito del modelo y a la fuerza de “EL” por desterrar de este suelo los frutos extranjeros…

Así y todo, el afán de los argentinos por el dólar estadounidense es más mundano y sencillo. En la historia argentina, el equilibrio para sostener la capacidad del poder adquisitivo se tiñó siempre de verde. Es algo psicológico si se quiere, pero pragmático simultáneamente. La búsqueda de estabilidad es una necesidad básica del ser humano, el saber donde se está parado: una certeza entre tanto relato. Máxime, si se advierte que ni la jefe de Estado da muestras de saber qué superficie esta pisando. El discurso del pasado 25 de mayo, sin ir más lejos, lo deja bien claro.

El legado de los improvisados

Si la incertidumbre la demuestra quién debiera dar ejemplo de fortaleza, ¿qué puede esperarse? Cada día es más evidente la improvisación que rige la gestión, y en última instancia, esto se debe a la levedad de los funcionarios. ¿Quién está capacitado para hacer frente a una situación económica imprecisa e insostenible por la simple lógica de que lo gastado sigue siendo superior a lo recaudado?

El Secretario de Comercio sólo sabe de métodos poco convencionales y a la vista está que no arrojan buenos resultados. El ministro del área, por su parte, sólo sabe aplaudir y mover verticalmente la frente durante los actos, y el joven Axel Kicillof está más abocado a ganarle espacio al titular de Planificación, que a implementar políticas económicas duraderas.

En síntesis, la volatibilidad del gobierno se plasma en los mercados, y el dólar responde a la ley de oferta y demanda aunque no le guste a la dama. Nada tiene que ver con intenciones destituyentes u hordas de cipayos, esbirros y fachos que se reproducen para cambiarle la suerte a la Presidente.

El azar puede regir ciertos juegos de la humanidad pero no puede jamás ser la única directriz a la hora de gobernar. Convengamos que Cristina Kirchner tiene gran habilidad para manejar la agenda nacional, y tiene una ventaja que pocas administraciones han tenido: la ausencia casi absoluta de fuerzas verdaderamente opuestas. Para la clase media, justamente, reconocer que las voces que hoy la “representan” son sólo las de Clarín, Hugo Moyano o Alberto Fernández que recorre canales y radios como si fuese un pastor inmaculado, es muy fuerte.

Si a esto sumamos el desconcierto en lo económico, es comprensible que el instrumento americano sea más confiable que el acuñado por Ciccone y aliados. Si no es factible tener las garantías constitucionales del país del norte, al menos tener su base de sustentabilidad.

La demanda de dólares también se ve justificada desde el momento en que uno puede presenciar situaciones como la que paso a narrar: días atrás, estando en la fila del supermercado, me sobresaltó un despliegue de agentes de seguridad armados, con handys, moviéndose cual hormigas sobre la crema. No es extraño que ante tal situación se piense en un asalto, nada más cotidiano... Pero esta vez, las sospechas se disiparon cuando advertimos que, en una caja lindante, un estudiante extranjero había sacado un billete de los verdes para pagar aquello que había puesto en su carro. El muchacho que balbuceaba un español poco claro, fue inmediatamente “invitado” a pasar a unas oficinas traseras. ¿Cuál habrá sido su suerte?

En otras ocasiones, me ha pasado de presenciar algún acto delictivo en idéntico escenario, y el trato que se le diera al delincuente fue mucho más elegante que la “invitación” a trasladarse del estudiante foráneo. Así estamos...

Ahora bien, esta imagen grafica sin distorsión la política económica impuesta por el oficialismo para tratar, en vano, de revertir las consecuencias de errores pasados.

No se trata de perseguir una moneda sino de no gastar a cuenta. Pero el gobierno sabe que su aceptación radica en seguir ofreciendo créditos blandos, vacaciones garantidas, asistencialismo en dosis convenidas, y entretenimientos eficaces a un vasto sector de la población que, paradójicamente, es quién menos se interesa por el tipo de cambio.     

La gente no especula siquiera, sí lo hace el kirchnerismo a cada paso. Todo se dirime según el porcentaje de imagen y la distancia entre el ahora y las elecciones nacionales. No hay otras variables.

Cuando un tsunami acecha, cualquier tabla puede servir de compuerta. Cómo si se tratara de un fenómeno meteorológico, y no de consecuencias a los actos propios, el gobierno moviliza gendarmes, agentes policiales, perros, inspectores como si fueran ejércitos patrióticos que pugnan por evitar lo que debió preverse tiempo atrás.

El agua, de todos modos, avanza: ahoga a las provincias con penurias fiscales, halla una cosecha gruesa decepcionante, y abre paso a represalias. Nada es lo que parece. Ningún noticiero pudo mostrar, como se ha hecho otras veces, las aglomeraciones de autos aprovechando el fin de semana largo, ni se puede ver ya los brazos atiborrados de compras de los ciudadanos.

La foto puede trucarse, la película apenas puede adaptarse a un guión que pretende basarse en hechos reales cuando, en rigor, sólo muestra una historia de ficción.




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