Por Enrique Szewach |
Como los gobiernos nacional y los provinciales están
“peleados” con el mercado financiero internacional, no se puede colocar deuda a
tasas y montos razonables y, para colmo, hay que ir cancelando el capital que
vence.
Como además el Gobierno no tiene un fondo anticíclico
ahorrado, y se niega a cualquier tipo de “ajuste ortodoxo” del gasto corriente,
todo desequilibrio fiscal se traduce en menos reservas de divisas en el Banco
Central, en más emisión de pesos, en más deuda “forzosa” (con proveedores, con
jubilados que cobran más que la mínima, etc.), o en alguna “expropiación” que
agregue un poco de “caja” transitoria.
Como contrapartida, la “pesificación forzosa” –por la
imposibilidad de acceder al mercado oficial de cambio para comprar dólares– aumenta
los depósitos en pesos en el sistema financiero y la oferta de crédito a tasas
bajas y negativas, aunque en plazos muy cortos, dado que el plazo promedio de
los depósitos se achica, por la resistencia a pesificarse. Por el otro lado, la
demanda de crédito para inversión se enfrenta con la restricción del control de
importaciones (bienes de capital, insumos básicos) y el control de cambio (que
desalienta el ingreso de capitales y el giro de utilidades). Y la demanda de
crédito para consumo se encuentra relativamente saturada para los sectores más
bancarizados que ya utilizaron su línea de crédito personal.
Pero la pesificación “por las malas” no alcanza para evitar
la demanda de dólares en los mercados informales, afectando el precio de la
divisa en dicho mercado. Así, se amplía la brecha entre el precio oficial y el
precio informal del dólar, lo que pega sobre la determinación de los precios
internos y la tasa de inflación.
Para evitar este efecto negativo, el Gobierno utiliza una
mezcla de policía y “liberación de cupos”, para contener el precio del tipo de
cambio en dicho mercado libre. Pero al hacerlo tiene que vender más reservas.
La pérdida de reservas obliga a mayor presión sobre el control de las
importaciones, y sobre las fechas de liquidación de las exportaciones. Y así se
cierra el círculo: el control sobre las importaciones y exportaciones termina
afectando el nivel de actividad y... vuelta al principio de esta nota.
Como aún el problema en el nivel de actividad no se ha
traducido en menor empleo (aunque sí en suspensiones de personal en algunos
sectores) y los salarios tienen cierto margen porque en los últimos años le han
“ganado” a la inflación en el sector sindicalizado, el efecto simultáneo de
menos actividad y más inflación, o inflación alta, todavía no se nota demasiado
en el bolsillo del grueso de la población. En especial porque el Gobierno sigue
gastando en salarios públicos y jubilaciones mínimas (indexadas), subsidios,
etc., usando la maquinita de hacer plata.
Pero la oferta está fija, mientras la demanda está
alimentada por el déficit fiscal; este proceso lejos de aliviarse se va,
lentamente, agravando, generando más déficit fiscal, con más financiamiento
inflacionario o a más expropiaciones.
En otras palabras, en lugar de un “ajuste ortodoxo” vivimos
en medio de un “ajuste nacional y popular”... De heterodoxo tiene muy poco.
El ajuste nac & pop, resulta políticamente superior al
ortodoxo, pero económicamente inferior. Resulta políticamente superior, porque
afecta menos el consumo en el corto plazo, para beneplácito de quienes pueden
hacer negocios en un coto de caza cerrado y/o ganándoles mercado a los que no
aguantan. Pero resulta económicamente inferior, porque no soluciona los
problemas de fondo y sólo posterga decisiones que –salvo un inesperado y nuevo
golpe de suerte internacional– habrá, finalmente, que tomar.
© Perfil
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