Por Roberto García |
Ese magma imprevisto de la política hoy anida en el interior
de los dos aspirantes. A uno, el secretario de Comercio, se lo puede reservar
para otra oportunidad informativa; finalmente, ni se ha postulado aún para
debutar electoralmente en la
Capital. En cambio, Moyano ofrece otra perspectiva: enfrenta
al Gobierno por obligación, no fue al terapeuta porque Ella le retiró el saludo
y, como se mantiene en la cúpula gremial, empezó a creer que oponerse es buen
negocio para los próximos tres años. Algunos cercanos le susurran al oído esa
canción sobre la banda y el bastón, al tiempo que la naturaleza parece
ayudarlo: si uno entiende que la inflación, el estancamiento o recesión, la
falta de actividad y cierto desempleo en ciernes son fenómenos naturales.
Pero Moyano es un devoto de la doctrina futbolística del
“paso a paso”. Y, antes que en la presidencia, sabe que debe consolidarse en la CGT , ganar la interna. Parece
difícil que sus rivales (independientes, los Gordos, la azul y blanca, sus
propios disidentes y el Gobierno) puedan someterlo en ese reducto. Pero sería
ingenuo arriesgarse en el vaticinio: entre los sindicatos sólo se juega el
ejercicio de la conveniencia. Sea el de Moyano, quien capturó al Momo Venegas
vaya a saber con qué tentación. O del otro lado, claro. Por ejemplo, le atribuyen
al taxista Omar Viviani, ex ladero de Moyano y siempre al servicio intelectual
de Julio De Vido, la posible captación de adhesiones con el señuelo de “llamá a
mi secretaria, que están habilitando fondos de las obras sociales”. De ahí que Moyano, lenguaraz, avanzara con la imputación de
que “nos quieren voltear con plata”. Y de que hay dirigentes al servicio del
becerro de oro, como si él hubiera vivido en un monasterio durante los ochos
primeros años de la gestión Kirchner.
Amarillos son todos, suelen decir algunos sindicalistas
progresistas que no tuvieron acceso a la billetera. Más bien, las ofertas de
los alineados con Cristina son promesas de plata, la que se repartía en tiempos
que Moyano era funcional a la
Rosada y que, hasta ahora, el Gobierno no parece liberar. Son
recursos, deudas, que presuntamente les pertenecen a las organizaciones
sindicales y que la historia demuestra han sido repartidos con debilidad por
los favoritos. Entre los que están frente a Moyano, además del odio por lo
despectivo y poco generoso que ha sido el camionero con ellos, priva la
necesidad de acercarse a esa fuente dineraria. Por ello la sugerencia de
Viviani –de ser cierta– despierta entusiasmo, aunque no se registran evidencias
y todo parece vano. Si siguen con el bolsillo cerrado, hasta Antonio Caló se va
a pasar al moyanismo. Esta broma advierte sobre una política poco entendible
del oficialismo, al menos en términos convencionales, ya que los gremios son
empresas que dependen de los ingresos económicos y sus intereses derivan de
allí. También sus gerentes. Quizás se altere esta característica a través de
una señora madura de íntima relación con la Presidenta , aunque
justo es recordar que julio se acerca junto a la reelección de Moyano en la CGT. Por no quedarse en
la intemperie, quizás haya quienes opten por constituir otra CGT.
Para colmo, en la visión sindical hay ofensas
indiscriminadas: al incorporarse delegados de gremios como directores en las
empresas en las que la Anses
dispone de acciones, muchos pensaron en un avance sectorial gracias a las
teorías del abogado y diputado Recalde, el hombre que vive con un pie en Moyano
y otro en La Cámpora ,
por su hijo. Pero ahora ese criterio se modificó y el Gobierno designa sólo
personajes bendecidos por Axel Kicillof y Diego Bossio, casi nadie viene del
sindicalismo. Por supuesto, al mejor estilo Kastigador, sin siquiera notificar
a los cesanteados: los despidieron en público. Esta línea de conducta quizás se
repita con Moyano, aunque el camionero se considera más a salvo de cualquier
tropiezo desde que se apartó –lo apartaron– del kirchnerismo. “Te conviene
estar enfrente, no ser amigo de ellos”, reflexionan en su entorno, como si
pertenecer a la fracción oficial hubiera significado un temor constante. Ahora
se siente intocable, a pesar de que le quedan pendientes negocios y causas
judiciales. ¿Podrá actuar el juez Oyarbide, siempre oportuno cuando la política
lo requiere, por la causa de los medicamentos o, tal vez, le recuperen a Moyano
protagonismo en episodios del pasado, en Mar del Plata, en uno de los juicios
sobre lesa humanidad (acaban de detener al nacionalista Grassi Susini, un
íntimo del gobernador Gioja). Otra alternativa podría llover desde YPF, donde
Moyano supo constituir operaciones importantes como el traslado de camiones con
combustible, uno de los negocios más rentables de todos lo que se le atribuyen
(de la basura a la comida, del transporte a los seguros).
Quizás sirva ese episodio para descubrir, dentro de esa
empresa, cómo se favorecía a ciertos sectores que mejoraban el expertise de los
Eskenazi como “expertos en mercados regulados”. Curioso que todavía los
interventores no hayan advertido de estos casos que contribuyeron, según el
Gobierno, al “vaciamiento”. Claro que ninguna de esas prebendas deben haber
sido concedidas sin la gracia del kirchnerismo. Tanto que el otro día, entre
tantas disputas y negociaciones, De Vido –sostenido hasta su extenuación física
por Cristina– le mandó decir a Sebastián Eskenazi que, a pesar de todo, él
seguía siendo su amigo. Para algunos, es un gesto. Para otros, casi un chiste
del verdugo que participa en la ejecución. Así debió verlo el propio aludido,
quien guarda un silencio sospechoso, inexplicable, casi obligado, aunque sabe
mejor que nadie los secretos del kirchnerismo: más de una vez debió mandar
saludos de amistad como De Vido, luego que junto a Néstor ordenaran la tarjeta
funeraria.
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