Por Roberto García |
Scioli duerme, como Blancanieves, un sueño del cual nadie
imaginaba que podía despertar. Como si padeciera la consecuencia de un ACV
político. Pero en Tandil –su lugar en el mundo, diría Cristina–, cuenta la
leyenda que una princesa o príncipe le concedió un beso tan milagroso como el
de recuperarse de un bloqueo arterial en la cabeza desde hace ocho años (o
más). Y, para el peronismo explícito, su grito de Munch o de Ipiranga fue una
conmoción. Dijo lo que es inédito en esa estructura, haya sido con Perón,
Menem, Duhalde o Kirchner: “Yo quiero”. Sonó a desafio.
En rigor, el gobernador afirmó lo obvio: “Si Ella no puede o
no quiere, yo entonces tengo aspiraciones presidenciales para 2015” . Sin desteñir siquiera
su tradicional lealtad, una conducta de vida: recordar que fue el único funcionario
que acompañó a Adolfo Rodríguez Saá cuando éste renunció por TV desde San Luis.
Esa pegajosa prudencia y verticalidad, en este caso, incorporaba otras
añadiduras que, por confesar su sueño con el premio mayor, se perdieron en el espacio. Dijo, completando
su modelo: “Quiero aclarar que si la Presidenta desea la reforma constitucional y la
reelección, yo voy a acompañar ese proyecto. Antes que nada”.
A pesar de estas complementariedades, igual su tímida
voluntad de alistarse como candidato presidencial se interpretó como una
rebeldía manifiesta. Aun cuando afirmaba, sin que muchos le creyeran, que ese
tema lo había conversado con la
Presidenta y con el propio Néstor, en vida. Como si fuera un
compromiso entre partes, como si la mandataria hubiera cumplido su parte el año
pasado cuando designó sin notificarle –mientras él aguardaba, sudoroso, una
llamada–quién iba a ser su segundo en la fórmula bonaerense, Gabriel Mariotto,
que no deseaba como compañero.
Ese clima de distancia y enfrentamiento dominaba la previa a
la declaración de Scioli. Más otros componentes:
1) Las provocaciones orales de Mariotto, ser más Cobos que
Cobos.
2) El revuelo y
complicación en la
Legislatura , más de tono que de fondo, con fuerzas
arrebatadoras de La Cámpora
investigando al gobernador.
3) La persistencia
por borrar al encargado de Seguridad, Ricardo Casal, no tanto por diferir de su
política sino por el convencimiento de que si ejecutan al funcionario, luego no
podrá mantenerse en el cargo el propio Scioli.
4) El cese de
asistencia económica a la
Provincia , que le impediría pagar salarios, hacerlo en forma
desdoblada o a través de bonos, carencia que también invocan otros estados del
interior. Tal es la comprensible angustia que, se cita, si la casa Rosada le
hubiera girado fondos mínimos a Scioli, éste jamás se hubiera atrevido a pensar
en aspiraciones para 2015.
5) El pesado clima de
fronda que, generado por progresismos varios (de La Cámpora al Movimiento
Evita), obligó al nacimiento como oposición interna de La Juan Domingo , núcleo
invertebrado del peronismo no precisamente de izquierda que estaba dormido,
casi igual que Scioli.
6) La bilateral sin
sentido ni propósito que Cristina organizó con una veintena de intendentes y
Mariotto sin avisarle siquiera al gobernador. No parece casual que Scioli
recurriera al atrevimiento de lanzarse pocas horas después de este encuentro.
Se podrían citar más escaramuzas.
Desde ese episodio, CFK ordenó bajar consignas, morigerar el
clima, y Mariotto deambuló por espacios amigos de la TV desplegando una timidez
sorprendente, casi como si pidiera trabajo. Frente y revés. Ella, a su vez, le sonrió a Scioli en un acto
y, según todas las perversiones, reflexionó sobre la necesidad de conservar al
gobernador: si aspira a ganar el año próximo y eventualmente hacerse reelegir,
no podría desprenderse de uno de los pocos que en la provincia le suman
adhesiones.
Lo de Scioli tuvo otro impacto: aventajó a Macri como
referente de la oposición, aun siendo oficialista (definición imposible de
aclarar). Como si sólo el peronismo, otro peronismo, fuera capaz de suceder la
tendencia del actual peronismo gobernante. Se despegó de quien lentamente
ensayaba formaciones para su candidatura en Santa Fe (Miguel del Sel se perfila
gravitante), aparecía por Buenos Aires con Gabriela Michetti, está a ciegas en
Córdoba y, en Capital, le concede responsabilidad a María Eugenia Vidal, la
distingue por esa penetración de la dama en una franja de clase media que
cualquiera identificaría con Villa Devoto. O Flores, como la chica del poema de
Oliverio Girondo.
Resbaló en la semana entonces Macri a pesar de su exangüe
organización partidaria, se paralizó Cristina –siempre en la ambigua
transitoriedad política de la
Argentina – y sorprendentemente también sucumbió Kicillof por
culpa de la fiebre del dólar paralelo, esa suba tan temida por cualquier
mandatario. Ocurre que, en el medio del desorden, con ascensos impensados y
anuncios de nuevos planes, se comentó la aplicación de un esquema múltiple de
cambio que, en su origen, alguna vez imaginó el viceministro de Economía (en
rigor, variantes de la locura cambiaria que vivió la Argentina en los
primeros años de Domingo Cavallo, en los 70).
Para desmoronar esa versión, Cristina habló sin apelar a
naturales intermediarios, sea Hernán Lorenzino, Mercedes Marcó del Pont o el
propio Kicillof. Dijo que no estaba por cambios violentos –aunque nadie cree en
radicalizaciones por la variedad de distintos tipos de cambio–, negó
devaluaciones y precisó que la política estaba por encima de cualquier
herramienta o funcionario técnico.
Curioso: al ascendente economista de una semana atrás, de un
papirotazo lo descendieron de categoría sin que se diera cuenta ni hubiese
participado en el juego. Una contingencia como la que padeció Macri, su hermano
en el patíbulo semanal.
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